Intercediendo Aun Después De La Muerte

William Paton Mackay nació el 13 de mayo de 1839 en Montrose, Edinburgo, Escocia. Paton cuenta acerca de su niñez: “Mi amada madre era una mujer piadosa, santa, que muy a menudo me hablaba del Salvador, y muchas veces la vi orando de rodillas por la salvación de mi alma. Pero nada logró causar una impresión profunda en mí. A medida que crecía, me hacía más rebelde…”

A los 17 años, dejó su casa paterna para estudiar. Su madre, preocupada por su vida espiritual, le regaló una Biblia y en la primera hoja escribió el nombre de su hijo, el de ella y un versículo.

Mackay estudió medicina en la universidad de Escocia. Un día, en medio de una borrachera, vendió la Biblia que su madre le había regalado para comprar más licor.

Luego de graduarse, llegó a ser un médico exitoso y trabajó en el hospital más grande de Edinburgo. Fue entonces cuando un incidente cambió su vida para siempre.

“Un día trajeron al hospital a un hombre gravemente herido. Su caso parecía sin esperanza, y él parecía darse cuenta de ello puesto que estaba completamente consciente y me preguntó cuánto tiempo le quedaba de vida. Le di mi opinión de la manera más prudente que pude.
¿‘Tiene algún familiar a quien podamos notificar’? Pregunté.
El paciente negó con su cabeza. Solo tenía un deseo y era ver a la señora que le había arrendado una propiedad porque le debía una pequeña suma de dinero y también deseaba despedirse de ella. También solicitó que dicha señora le enviara ‘El Libro…’
Yo iba a verlo regularmente al menos una vez al día. Lo que más me impactaba era la expresión constante en su rostro de calma, casi de felicidad… Luego de la muerte del hombre, había que resolver algunos asuntos con relación a él y se requería que estuviese presente.
‘¿Qué hacemos con esto?’ preguntó la enfermera mientras sostenía un libro en su mano.
‘¿De qué libro se trata?’ pregunté.
‘Es la Biblia del pobre hombre… la leyó mientras le fue posible, y cuando ya no pudo, la guardaba bajo la cubierta de su cama.’
Al tomar la Biblia en mis manos no podía creer lo que veían mis ojos. ¡Era mi propia Biblia! La Biblia que mi madre me había regalado cuando me fui de la casa de mis padres, y que luego, cuando estaba corto de dinero, vendí por una pequeña suma. Todavía tenía mi nombre en ella, escrito por la mano de mi madre…
Observé el precioso libro con un profundo sentido de vergüenza. Le había dado comodidad y esperanza al desafortunado hombre en sus últimas horas. Para él había sido una guía hacia la vida eterna, y le había permitido morir en paz y alegría. Y este libro, el último regalo que me dio mi madre, lo había vendido por un precio ridículo…
Sobra decir que recuperar mi Biblia fue el motivo de mi conversión.”

Mackay fue ordenado como ministro de una iglesia. Escribió varios himnos, entre ellos En la célica morada y Loámoste, Oh Dios, en 1863.

Hermoso ejemplo de oraciones intercesoras de una madre que tuvieron su cumplimiento aun después de su muerte.

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