Dichosas las madres cuya vida es un reflejo fiel de la vida divina, de modo que las promesas y los mandamientos de Dios despierten en los hijos gratitud y reverencia; dichosas las madres cuya ternura, justicia y bondad interpreten fielmente para el niño el amor, la justicia y la paciencia de Dios; dichosas las madres que, al enseñar a sus hijos a amarlas, a confiar en ellas y a obedecerlas, les enseñan a amar a su Padre celestial, a confiar en él y a obedecerle. Las madres que dan a sus hijos semejante dádiva los enriquecen con un tesoro más valioso que los tesoros de todas las edades, un tesoro tan duradero como la eternidad.
En los hijos confiados a su cuidado, toda madre tiene un santo ministerio recibido de Dios. Él le dice: “Toma a este hijo, a esta hija; edúcamelo; fórmale un carácter pulido, labrado para el edificio del templo, para que pueda resplandecer eternamente en las mansiones del Señor”.
A la madre le parece muchas veces que su tarea es un servicio sin importancia, un trabajo que rara vez se aprecia. Las demás personas no se dan cuenta de sus muchas labores y responsabilidades. Pasa sus días ocupada en un sinnúmero de pequeños deberes que requieren esfuerzo, dominio propio, tacto, sabiduría y amor abnegado; y, sin embargo, no puede jactarse de lo que ha hecho como si fuera una hazaña. Solo ha procurado hablar bondadosamente con los niños, tenerlos ocupados y contentos, y guiar sus pies por el camino recto. Le parece que no ha hecho nada. Pero no es así. Los ángeles celestiales observan a la madre apesadumbrada, y anotan las cargas que lleva día tras día. Su nombre puede ser desconocido para el mundo, pero está escrito en el Libro de la Vida del Cordero.
Hay un Dios en lo alto, y la luz y gloria de su trono iluminan a la madre fiel que procura educar a sus hijos para que resistan a la influencia del mal. Ninguna otra obra puede igualarse en importancia con la suya. La madre no tiene, a semejanza del artista, alguna hermosa figura que pintar en un lienzo, ni como el escultor, que cincelarla en mármol. Tampoco tiene, como el escritor, algún pensamiento noble que expresar en poderosas palabras, ni que manifestar, como el músico, algún hermoso sentimiento en melodías. Su tarea es desarrollar, con la ayuda de Dios, la imagen divina en un alma humana. *
*Tomado de Devoción matutina para adultos 2017, De vuelta al hogar, EGW. Se omitió en el primer párrafo la palabra padres por la palabra madres.